lunes, 26 de diciembre de 2016

Madres y padres más capaces

 Para mejorar nuestros habilidades como madres y padres, es importante hacer un balance interno de cómo actuamos y de los efectos que tienen nuestras acciones.

dentro de nuestra rutina habitual, en ocasiones, actuamos de forma tan automática que no nos paraos a reflexionar sobre el impacto o la utilidad de muchas de las actuaciones que tenemos como madres y padres.



Tal como dicen, la experiencia no sirve de nada sino se reflexiona sobre ella, os propongo una serie de preguntas reflexivas alrededor de nuestras funciones como educadores.
Son una serie de preguntas que nos van a ayudar a:

  •  Hacernos conscientes de nuestro aprendizaje como madres y padres. 
  •  Nos ayudan a encontrar e identificar nuestras limitaciones, nuestros talentos, estrategias y conocimientos previos y nuevos.
  • Con estas preguntas aprendemos como madres y como padres analizando nuestro propio pensamiento. 
  • Son preguntas que nos van a permitir cambiar nuestra óptica sobre cómo actuamos con nuestras hijas e hijos, 
  • nos van a permitir trazar una estrategia para lograr un objetivo a más largo plazo y no solo solventando el día a día, de forma mecánica y automática.
  • Nos va a ayudar a no reaccionar de forma impulsiva y a reflexionar sobre cuál ha de ser nuestra actitud en cada momento.
  • Nos va a proporcionar algo que el ser humano busca desde tiempos inmemoriales: el control de la situación. Si decidimos de forma consciente cuál va a ser nuestra respuesta, independientemente de los resultados obtenidos, tenemos la sensación de control, la sensación de que no son los acontecimientos los que nos dominan, arrastran y llevan a su terreno.

        Yo decido cómo actuar, yo cojo las riendas de mi vida.

Preguntas  de este tipo hay muchas, solo os dejo un pequeño recopilatorio:
  • Nos hacemos conscientes del tipo de pensamiento que utilizamos para enfrentarnos a los problemas 
    • ¿Qué he aprendido?
  • Describimos la estrategia empleada 
    • ¿Cómo lo he aprendido?
  • Evaluamos la efectividad de las estrategias empleadas 
    • ¿Qué ha sido lo que más me ha costado y lo que menos?¿Lo más y menos eficaz?
  • Podemos planificar y adelantar futuras intervenciones con nuestras hijas e hijos. 
    • ¿Cómo puedo mejorar? ¿Cómo puedo evitar el error y ayudar a todos a crecer?
  • ¿Para qué me ha servido este año? ¿Soy mejor padre y persona que hace un año? ¿Qué he aprendido? ¿Qué cosas debo modificar este año para que mi familia funcione mejor? ¿Qué debo cambiar?
  • ¿Qué ha sido lo más difícil? ¿Y lo más fácil? ¿Y lo más entrañable o divertido? ¿Soy capaz de mejorarlo?
  • ¿Cuáles son los errores que más se han repetido este año con mi hija/o?
  • ¿Qué puedo hacer para que mejore la convivencia en mi familia? ¿Qué puedo hacer para que mi familia sea más feliz? ¿Es mi hijo feliz? ¿Qué he hecho que no ha contribuido a que mi hija/o sea una persona segura y que puedo hacer para ayudarle?
  • ¿Qué he hecho para que mi hija/o se involucre en su cambio y para que aprenda a solucionar sus propios problemas y no sea dependiente de mi?
  • ¿Hemos sido una familia/equipo o cada uno de nosotros ha buscado su camino por separado?

Dentro de nuestras obligaciones como madres y padres está la de educar a nuestras hijas e hijos de forma que les facilite la integración social en la sociedad en la que vive, por ello, es importante aprender estrategias para educar mejor a nuestros hijos e involucrarlos en el proceso, par así, aprender por ellos, aprender con ellos y aprender de ellos.

Haz lo que amas, ama lo que hagas

Toni Aznar

lunes, 19 de diciembre de 2016

Comparación y competición



Tal como ya comentaba en mi anterior artículo sobre la competitividad, existe una conducta que genera un gran malestar a las personas muy competitivas, esa es la comparación.

Sin duda, es una conducta de lo más saludable y nos va a permitir tener puntos de referencia en nuestras vidas, pero sólo eso, puntos de referencia. Si valoramos nuestros resultados en función de si hemos ganado o perdido respecto a los resultados de los otros, comenzamos a pensar de forma irracional.
Cuando usamos la comparación con otros para poder confirmar internamente nuestra superioridad o inferioridad en función de los resultados de otros, comenzamos a sufrir emocionalmente, pues la mirada no está puesta en mi esfuerzo y dedicación, sino que doy demasiada importancia a la valoración que me llega desde fuera, así, sustituimos la autovaloración por el reconocimiento externo, por lo que, nuestra autoestima fluctuará según nos llegue una información  u otra, haciéndonosdependientes de los otros.

Ante esta situación, la competitividad ha dejado de ser un factor positivo que nos estimula para autosuperarnos y se ha convertido en una necesidad para demostrar algo a los demás, y para demostrarnos a nosotros mismos nuestra superioridad.



Por todo lo anterior, no resulta muy complicado deducir que las personas competitivas suelen ser bastante inseguras y con escasa autoestima, ya que si hubiera un buen autoconcepto y autoestima y una correcta autovaloración, no existiría la necesidad de competir, ganar o demostrar algo.

Dar mucha importancia al éxito es convertirnos en prisioneros de nuestra propia imagen y vivir en un mundo lleno de tensiones.

Para evitar estos pensamientos que dan lugar a comportamientos competitivos desproporcionados, es recomendable:

• En lugar de compararnos que busquemos nuestro propio reconocimiento.
• No poner tanta atención en el resultado, disfrutemos más del proceso.
• No hacerlo para ganar y si por mero disfrute, porque nos satisface.
• En lugar de estar pendientes de qué pensarán los otros, nos centramos en nosotros.
• En vez de competir, veamos qué podemos aprender de la otra persona.



Se mire desde donde se mire, no deja de ser un trabajo de autoaceptación, un trabajo para liberarnos de la esclavitud de la opinión externa, para no caer en la competitividad con la intención de satisfacer el orgullo o la inseguridad y cambiar la comparación por admiración y reconocimiento a los demás.

Entiendo la dificultad de vivir sin competir, pero si no nos queda más remedio, por lo menos aprendamos tanto del fracaso como del éxito, dándole la importancia necesaria y sin apegarnos a ninguno de los dos, como dice Kipling.



Haz lo que amas, ama lo que hagas

Toni Aznar




lunes, 5 de diciembre de 2016

El problema de la competitividad


Existe una gran polémica alrededor de si la competitividad es buena o es mala. Es recomendable o no es recomendable. ¿Hay que estimularla en la escuela o en los más pequeños? ¿O de lo contrario erradicarla?

Pues bien, empecemos por el principio y por algo que a mi me gusta hacer antes de comenzar a debatir sobre un concepto: saber cuál es su definición, pue tendemos a hablar sobre un tema sin tener clara su definición.

Por competitividad se entiende la búsqueda de un resultado óptimo que esté por encima de otros resultados. Por lo tanto, competir, en principio, no es negativo, ya que implica una voluntad de superación y evolución.


¿Entonces? ¿Por qué tanta polémica? 


Sencillo, los problemas empiezan cuando se usa la competición para conseguir aprobación y admiración por parte de los demás. En esta situación, algunas personas son capaces de todo con tal de lograr la tan deseada aprobación y admiración por parte de los otros, llegando a competir en cualquier ámbito y con cualquier persona, ya sea hermano, pareja, amigo o, incluso, con la primera persona que se cruza en su camino.

Esa actitud es demoledora para la persona que entiende mal la competitividad. Mal entendida también por nuestra sociedad, donde ya desde el sistema educativo en todas sus fases, nos empuja hacia una competitividad insana, ya que fomenta la comparación, la automatización y el resultado en lugar de otros aspectos más sanos como pueden ser el proceso, la creatividad y las aptitudes e intereses personales.


Si a esto le sumamos la publicidad, la televisión, el consumismo… todo nos recuerda una y otra vez que tenemos que ser mejores y tener más que el vecino.

La competición mal entendida, mal utilizada se convierte en la búsqueda de un reconocimiento basado en la comparación y el fracaso de otros. Aspecto por lo que esa actitud nunca consigue una satisfacción real, no te hace sentir pleno, por lo que acaba atrapando en un círculo del que resulta complicado escapar: cansancio, estrés, envidia, malestar, ansiedad, inseguridad, perfeccionismo excesivo, comparación constante… son algunos de los efectos de una competitividad mal entendida o llevada al extremo.



 Haz lo que amas, ama lo que hagas

Toni Aznar