La culpa se caracteriza por ser una emoción negativa que se manifiesta cuando no cumplimos o
creemos haber incumplido alguna norma ética y más si alguien ha salido perjudicado. Comienza a desarrollarse en la infancia, a la vez que amanece el desarrollo moral y está influida por diversos factores: la cultura, la educación, las diferencias individuales, etc. A veces nos preguntamos ¿sirve de algo esta emoción? ¿es sólo cultural? Efectivamente, su función es concienciarnos de que hemos hecho algo mal y facilita que se pongan en marcha los medios para la compensación.
Pero la culpa puede tener dos vertientes: por un lado es una emoción que bien puede considerarse “sana” y proporcionada, cuando responde a un perjuicio real o
exagerada, cuando no hemos cometido ningún error que justifique el sentimiento negativo. Esta emoción desproporcionada y no realista no ayuda a la adaptación y, cuando es excesiva,puede incluso provocar alteraciones psicopatológicas.