lunes, 2 de octubre de 2017

Los demás deberían pensar diferente.


La mayoría de nosotros creemos que podemos cambiar lo que los demás piensan; de otro modo, no pasaríamos tanto tiempo en la vida dándole vueltas a “qué opinan los demás de nosotros” y tratando de
mejorar su juicio sobre nuestra persona.
 “Nadie puede hacer que te sientas inferior si tú no lo permites”. E. Roosevelt
Esta afirmación pone el foco de atención hacia nosotros mismos y no en los demás; por ello, quizá el único pensamiento que precisa ser cambiado es la creencia de que “los demás deberían pensar diferente”.

QUERER TENER RAZÓN ES LA ENFERMEDAD CRÓNICA DE LA HUMANIDAD.


Seguramente es una de las causas que han enfrentado más a las personas, las naciones y las religiones organizadas del planeta. La posesión de las personas por sus propias ideas es siempre una causa de sufrimiento. El problema, al consistir las creencias en “posesiones mentales” no visibles, ha sido buscar la solución a nuestras diferencias tratando de cambiar a los demás antes que examinar la causa real de los conflictos: LA NECESIDAD DE TENER RAZÓN.

Por lo tanto, la idea irracional "necesito tener siempre la razón" es la que genera el conflicto, no que el otro piense diferente a nosotros.

En demasiadas ocasiones comprobamos cómo querer imponer nuestras razones y opiniones a los demás nos cuesta caro. Tal vez logremos desautorizar las ideas de alguien, pero al final acabamos con una razón más y un amigo menos. ¿Vale la pena? Seguramente no.

¿Es mejor tener razón a toda costa antes que ser feliz? Que cada uno responda esta pregunta con sinceridad.
“Una creencia es algo a lo que te aferras porque crees que es verdad” Deepak Chopra
Tenemos la tendencia a cosificar todo con lo que entramos en contacto, incluso lo inmaterial, como puede ser un pensamiento y al tomar forma ya se convierte en un objeto de conflicto. Lo hemos convertido en una posesión, una propiedad a defender. Con el tiempo acumulamos opiniones, creencias, que pasan a conformar lo que llamamos identidad construida o ego. Si alguien agrede esas posesiones mentales, en realidad es como si lanzara un ataque personal, porque confundimos pensamiento e identidad. No parece sensato confundir lo que somos con lo que pensamos, pero esto no lo tienen tan claro quienes se aferran a sus creencias con desesperación.

La pregunta ¿somos nuestras creencias? se responde con un rotundo no. Desde luego, tenemos convicciones, pero EN ESENCIA NO SOMOS LO QUE PENSAMOS; a un nivel profundo y esencial, nuestras opiniones no pueden definirnos. Pero llegar a esta claridad no es sencillo ni rápido. De hecho, los conflictos del mundo son tanto disputas por pertenencias materiales (cosas) como por posesiones inmateriales (ideales). Cuando entendemos que tenemos una mente y la usamos, pero que no somos ésta, nos liberamos de su contenido y nos auto-excluimos de cualquier conflicto y por tanto, del sufrimiento.

No somos nuestras historias:“Con frecuencia utilizo la palabra historia para referirme a los pensamientos o secuencias de pensamientos que tenemos el convencimiento de que son reales, pero es que las historias son teorías que no han sido probadas ni investigadas y que nos explican el significado de estas cosas. Ni tan siquiera nos damos cuenta de que son teorías. ¿en qué medida tu mundo está construido por historias que no has examinado?”.

Todos mantenemos un diálogo interior que reafirma continuamente lo que creemos, y después nos pasamos la vida buscando personas y situaciones en las que encajen nuestras creencias para poder así reafirmarlas. El objetivo de toda creencia no es, como debería ser, contrastarse, sino validarse una y otra vez aunque sea a la fuerza. Estas creencias o historias mentales no cuestionadas acaban por suponer un problema: no tienen ninguna relación con la realidad.

 ¿Qué pasaría si no tuviéramos ningún criterio mental no validado que contarnos? Seríamos libres de la necesidad de dividir el mundo entre los que están de acuerdo y los que no lo están. Y sobre todo, no estaríamos condicionados por cosas que creemos, pero no son verdad.

Cuando una creencia nos domina, llegamos a pensar que todo el mundo piensa, o debería pensar, lo mismo. Pero hay opiniones para todos los gustos, la diversidad construye el mundo, y aunque parezca extraño, hay personas que creen cosas muy diferentes a las que nos parecen normales. Ver las cosas desde distintas perspectivas no es fruto de un lavado de cerebro, sino de preferencias, cultura, contextos… Sin duda, aquellos que no esperan que todo el mundo esté de acuerdo con ellos gozan de una mayor tranquilidad mental, que es de lo que va la vida.

Pero, cómo liberarse del apego a las creencias? No es el apego el problema real, sino la identificación. Pelear contra una creencia o un hábito no tiene sentido, es una lucha perdida. En cambio, dejar de identificarse con esa forma de pensar, cuestionarla, examinarla, soltarla, incluso sacrificarla, es el principio de la libertad, o de cómo liberarse de esta particular tiranía.

En mi artículo del mes de enero, "Mentes rígida y mentes flexibles", tenéis una pautas para reconocer y modificar vuestra estructura mental y de vuestras creencias para facilitar ese proceso que el articulista define como una "tiranía", definición en la que coincido plenamente. 

No reaccionar con hostilidad a las ideas de los demás es una de las maneras más sencillas de superar el apego a las propias. Pero solo se puede no reaccionar a sus creencias si se entiende que estas no son su identidad, (una parte no define al todo) sino una posesión mental, que además siempre se puede cambiar por otra. Una vez más, todos tenemos opiniones y criterios, pero eso no significa que sean lo que somos. Cuando lo comprendemos, la distancia entre las personas es exactamente… cero.

Aceptar las ideas de otros es en realidad más sencillo de lo que parece. Basta con tener presente que aceptarlas no significa adoptarlas o validarlas (no significa estar de acuerdo). Es más bien aceptar que no entendemos a todo el mundo, ni que todo el mundo nos entenderá. Es más sencillo aceptarlos a ellos (aunque tal vez no sus ideas) porque no hacerlo complica la vida de todos. Resistirse, negarlos, es luchar, y vivir así es verdaderamente muy, muy difícil.

"Una de las mejores maneras de persuadir a los demás es escuchándolos” Dean Rusk
El disgusto que sentimos ante las ideas que no nos son afines es proporcional al grado de apego que
tenemos a las propias (o la poca disponibilidad para cambiarlas por otras). Cuanto más apego tenemos a una creencia, más disgusto sentiremos cuando nos enfrentemos a las contrarias. No es su creencia el problema, sino nuestra posición contraria a ella.


Para llevar todo lo anterior a la práctica sirve recordar que cada vez que alguien exprese una creencia alejada de las propias, y ello genere un cierto disgusto, podemos preguntarnos: 
  • “¿qué está sucediendo ahora en mi mente?”. 
  • Y “¿en qué parte de mi cuerpo siento el rechazo?”. 

NO SE TRATA DE CAMBIAR NADA, SINO SIMPLEMENTE DE OBSERVAR LO QUE SUCEDE. LA OBSERVACIÓN DESAPEGADA Y NEUTRAL HARÁ POSIBLE LA ACEPTACIÓN.

Y una palabra final: ESCUCHA. Escuchar con interés a las personas, aunque lo que digan esté en contra de la propia opinión, es la prueba máxima de la empatía, el respeto y la aceptación, claves todas ellas para la paz en el mundo. Escuchar a los demás les hace sentir valorados, entendidos, importantes. Tal vez eso sea todo lo que necesitan de verdad, y al conseguirlo podría ser que renunciaran a imponer sus opiniones y creencias.

Haz lo que amas, ama lo que hagas.

2 comentarios:

  1. Tienes toda la razón, me gusta mas escuchar las opiniones de las personas aunque no tengan mis mismos ideales de ese modo aprendemos más y reforzamos nuestras ideas de la vida y las personas,sería tan genial que alguien me escuchará y que no hable solo para convencer

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  2. Muy interesante ponencia. La verdad me ha sido de gran utilidad para comprender mejor este tema.

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