Para poder dar lo mejor de nosotros mismos, para crear nuestra mejor versión -aquella que nos permita sentirnos satisfechos, plenos y completos y contribuir al entorno y las personas con las que convivimos y a las que amamos-, hemos de empezar por cuidarnos nosotros mismos, ya que nadie puede dar lo que no tiene.
Y uno solo cuida aquello que ama. Cuando no amamos algo, no lo cuidamos.
De ahí la importancia de amarnos incondicionalmente, apoyarnos y ser compasivos con nosotros mismos, tratándonos amablemente en toda circunstancia, para sentirnos merecedores de ser cuidados y de avanzar en la senda de nuestra realización.
Vivimos en una sociedad llena de dualidades, donde de forma generaliza todo se clasifica en bueno-malo, apto-no apto, amigo-enemigo y no se tiene en cuenta la riqueza de matices.
Por una parte, esa tendencia a la generalización nos facilita enormemente la compresión de nuestra realidad, ya que se reduce a dos variables. Pero si nos quedamos atrapados en esa dualidad y no somos capaces de vislumbrar los matices, las variaciones, nos autoclasificaremos rápidamente.
A lo largo de nuestra infancia, adolescencia y juventud se va forjando toda la estructura de creencias sobre nuestra identidad y valía, sobre la vida en todos sus aspectos y sobre la manera de ser y hacer las cosas, nuestra filosofía de vida. Dependiendo de lo amoroso que haya sido este entorno, así seremos y nos trataremos a nosotros y a los demás.
Por una parte, esa tendencia a la generalización nos facilita enormemente la compresión de nuestra realidad, ya que se reduce a dos variables. Pero si nos quedamos atrapados en esa dualidad y no somos capaces de vislumbrar los matices, las variaciones, nos autoclasificaremos rápidamente.
A lo largo de nuestra infancia, adolescencia y juventud se va forjando toda la estructura de creencias sobre nuestra identidad y valía, sobre la vida en todos sus aspectos y sobre la manera de ser y hacer las cosas, nuestra filosofía de vida. Dependiendo de lo amoroso que haya sido este entorno, así seremos y nos trataremos a nosotros y a los demás.
Sufrimos también la influencia social y cultural, y en una sociedad orientada al éxito y al logro como la nuestra, la aceptación incondicional resulta casi imposible y algo excepcional.
En ese sentido, nuestra sociedad está falta de autoestima. Enmarcados en la cultura del ‘debería’ y la insatisfacción permanente, parece que todavía caminamos lejos de la alegría y la ligereza que da la autoaceptación.
Aceptarnos incondicionalmente implica tener la capacidad de valorarnos y evaluarnos con compasión, amabilidad y paciencia, y solo desde ahí poder valorar y evaluar todo lo demás con generosidad y amplitud de miras, de nuevo como un acto de honra y respeto hacia la vida.
Tomando responsabilidad por nuestra vida
Dado que nuestro grado de autoestima se mide por lo que pensamos y sentimos hacia nosotros mismos, y por cómo nos tratamos, en la superficie y en lo más profundo de nuestro ser -nuestro autoconcepto más arraigado-, resulta muy importante cuidar nuestro diálogo interno.Si nuestros pensamientos están basados en la compasión, la aceptación y la confianza en nosotros mismos, podemos viajar por la vida con fluidez, y desde ahí afrontar las vicisitudes contando con nuestra fuerza interior. Si se basan en la crítica, la desvalorización y la exigencia, la vida nos resultará más costosa y el peaje será la pérdida de nuestra energía y la sensación de dificultad.
La verdadera autovaloración consiste en aceptarnos conscientemente, irnos descubriendo y poner los medios que nos ayuden a suprimir y modificar las creencias irracionales y actitudes bajo las que nos hemos ido enterrando.
Madurar emocionlamente nos va a permitir generar un nuevo autoconcepto más positivo, que no va a depender tanto de las circunstancias externas sino de nuestro interior.
De nadie más que de nosotros depende hacer este proceso de crecimiento desde el amor a uno mismo y la autoaceptación.
Haz lo que amas, ama lo que hagas
Toni Aznar
Toni Aznar
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