Tal como ya comentaba en mi anterior artículo sobre la competitividad, existe una conducta que genera un gran malestar a las personas muy competitivas, esa es la comparación.
Sin duda, es una conducta de lo más saludable y nos va a permitir tener puntos de referencia en nuestras vidas, pero sólo eso, puntos de referencia. Si valoramos nuestros resultados en función de si hemos ganado o perdido respecto a los resultados de los otros, comenzamos a pensar de forma irracional.
Cuando usamos la comparación con otros para poder confirmar internamente nuestra superioridad o inferioridad en función de los resultados de otros, comenzamos a sufrir emocionalmente, pues la mirada no está puesta en mi esfuerzo y dedicación, sino que doy demasiada importancia a la valoración que me llega desde fuera, así, sustituimos la autovaloración por el reconocimiento externo, por lo que, nuestra autoestima fluctuará según nos llegue una información u otra, haciéndonosdependientes de los otros.
Ante esta situación, la competitividad ha dejado de ser un factor positivo que nos estimula para autosuperarnos y se ha convertido en una necesidad para demostrar algo a los demás, y para demostrarnos a nosotros mismos nuestra superioridad.
Por todo lo anterior, no resulta muy complicado deducir que las personas competitivas suelen ser bastante inseguras y con escasa autoestima, ya que si hubiera un buen autoconcepto y autoestima y una correcta autovaloración, no existiría la necesidad de competir, ganar o demostrar algo.
Para evitar estos pensamientos que dan lugar a comportamientos competitivos desproporcionados, es recomendable:Dar mucha importancia al éxito es convertirnos en prisioneros de nuestra propia imagen y vivir en un mundo lleno de tensiones.
• En lugar de compararnos que busquemos nuestro propio reconocimiento.
• No poner tanta atención en el resultado, disfrutemos más del proceso.
• No hacerlo para ganar y si por mero disfrute, porque nos satisface.
• En lugar de estar pendientes de qué pensarán los otros, nos centramos en nosotros.
• En vez de competir, veamos qué podemos aprender de la otra persona.
Se mire desde donde se mire, no deja de ser un trabajo de autoaceptación, un trabajo para liberarnos de la esclavitud de la opinión externa, para no caer en la competitividad con la intención de satisfacer el orgullo o la inseguridad y cambiar la comparación por admiración y reconocimiento a los demás.
Entiendo la dificultad de vivir sin competir, pero si no nos queda más remedio, por lo menos aprendamos tanto del fracaso como del éxito, dándole la importancia necesaria y sin apegarnos a ninguno de los dos, como dice Kipling.
Haz lo que amas, ama lo que hagas
Toni Aznar
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