martes, 19 de agosto de 2014

Infelicidad laboral


Cuando hablo con personas que aun mantienen su antiguo puesto de trabajo e indago sobre su calidad de vida en el mismo, la mayoría coinciden: “ya no es lo que era”.

El trabajo, junto con la familia, los amigos, el arte o el deporte, es uno de los ámbitos más importantes que tiene la persona para sentirse realizado y feliz consigo mismo y con su vida.


Cuando ese ámbito se ve afectado por situaciones externas que escapan a nuestro control y nos
vemos inmersos en recortes, expedientes de regulación de empleo, congelaciones de sueldo y miedo generalizado, hay muchos que, si bien conservan el trabajo, se han despedido interiormente. Ya no están en la empresa, pero ni ellos mismos se han dado cuenta. Por lo general, esto sucede cuando la distancia entre lo que esperamos y lo que obtenemos se hace insalvable, y terminamos decidiendo que lo mejor es hacernos invisibles. Así se lastiman las relaciones, con nuestros compañeros y, lo que es peor, con nosotros mismos. Al final nos sentimos solos, aislados e incomprendidos. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo evitar que la inercia nos empuje?

Esa actitud nos genera  infelicidad laboral que nos lleva a convertir nuestro trabajo en una prisión.

En un artículo muy interesante de Gabriel García De Oro, "Evitar la infelicidad laboral" podemos ver lo que al despido interior se llega por una escalera que va minando la ilusión con la que empezamos a trabajar y nos muestra cuales son esos peldaños.

La entrega. Acabamos de ser contratados y nos sentimos especiales e involucrados. Sin embargo, pronto aparecen los primeros desacuerdos, las primeras decepciones. Si no somos capaces de manejar estas situaciones de conflicto y afrontar con madurez las pequeñas desilusiones cotidianas, bajaremos al siguiente escalón.

Nuestro compromiso se reduce, <<ponemos barreras a nuestro esfuerzo y, en consecuencia, a nuestro desarrollo. Aparecen frases como “a mí no me pagan para esto”>>.



 Nuestra participación también se reduce. Hacemos lo que nos piden, simplemente. Rutinarios. Repetitivos. Ante esta situación nos sentimos víctimas y nos retiramos. Nos situamos en el esquema de la empresa contra mí. Nos convertimos en rebeldes pasivos y no afrontamos la situación. Culpamos a la organización de nuestra infelicidad y nos vemos atrapados entre el sueldo que recibimos y la tristeza que nos genera la situación.

Y finalmente, la resignación. El último peldaño. Pérdida de confianza en nosotros mismos y parálisis general. Aparece en nuestra cabeza esa frase tan negativa, pesimista y destructiva de más vale malo conocido… Nos hemos rendido y aceptamos la situación. Renunciamos a nuestros principios, a nuestro crecimiento personal y profesional. Ahora sí, nuestro trabajo se ha convertido en nuestra cárcel.

Supongamos que lo que queremos es arreglar las cosas en nuestra empresa y dar un giro a nuestra relación con el trabajo para recuperar el entusiasmo, la autoestima y la motivación. ¿Por dónde empezar? Por lo primero: activar la magia de un cambio de actitud. Darnos cuenta de que antes de que cambie nuestro entorno debemos cambiar nosotros mismos.



Si te fijas en la imagen del principio, la motivación depende del valor que damos a la meta y de la probabilidad de lograrla. En nuestro caso, tenemos una nueva meta y está completamente a nuestro alcance, ya que depende de nosotros, de cambiar nuestra actitud, de aceptar la situación cambiante, es cierto que "ya no es lo que era", pero la aceptación de la nueva realidad nos ayudará a ello. Ha de ser una aceptación alegre, estimulante, y no oscura y sombría. Aceptemos que hay aspectos que podemos controlar y otros que no podemos controlar.

Siguiendo con el mismo artículo, nos presenta cuatro pasos nos ayudarán a empezar.

Recordar que somos capaces


 Antes de avanzar, debemos retroceder en el tiempo para no olvidar que nosotros podemos ser valiosos. Que nosotros fuimos escogidos en un proceso de selección. Debemos enfocarnos en los éxitos que somos capaces de conseguir y apartar la mirada de los fracasos que hemos podido acumular.

Reconectar con nuestro compromiso


Si somos valiosos es porque tenemos unos principios y unos valores con los que debemos reconectar urgentemente. Aquellos que significan un compromiso con nosotros mismos. Las cosas pueden funcionar mejor o peor, pero nosotros debemos seguir creciendo y evolucionando como personas para, de este modo, enfrentarnos mejor a los retos que nos depare el futuro.

Restablecer el diálogo


Una vez que hemos recordado y hemos restablecido el compromiso, es la hora de dialogar, es decir, ser capaces de hablar con nuestro responsable en la empresa, o con quien creamos que pueda ayudarnos, para expresarle cómo nos sentimos y cómo queremos sentirnos. Aceptar nuestra parte de responsabilidad, pero demostrando ganas, compromiso y entusiasmo. Las respuestas positivas a una actitud de este tipo seguro que nos sorprenderán.



Romper nuestra zona de confort


Pero no conseguiremos nada si no estamos dispuestos a salir de nuestra área de confort. Sí, confort. Vamos a romper con las viejas rutinas y los antiguos hábitos. Querer salir del despido interior es querer arriesgarse. Estar dispuesto a fallar, a que las cosas no salgan exactamente como esperamos. Pero a lo mejor salen mejor…


¿Y si no sirve? ¿Y si a pesar de nuestros intentos seguimos sintiendo una distancia enorme entre la empresa y nosotros? ¿Y si no somos capaces de realizarnos en nuestro trabajo? ¿Qué hacer?
Aprendí que, a veces, quien arriesga no pierde nada y que perdiendo también se gana.
Primero, alegrarnos por no habernos dejado vencer por las circunstancias y haber sido capaces de afrontar la situación con honestidad y valentía. Luego, matar la vaca. Exacto, como en esta fábula de origen incierto, pero que ha inspirado a todo aquel que la ha leído, porque todos tenemos vacas que matar. Pueden ser laborales, sentimentales…


“Había una vez un viejo maestro que decidió visitar junto a su discípulo la casa más pobre de la comarca, donde malvivía una familia con una sola posesión: una famélica vaca cuya escasa leche les proveía de insuficiente alimento, pero alimento al fin y al cabo. El padre, hospitalario, les invitó a pasar con ellos la noche. Al día siguiente, muy temprano, el maestro le dijo a su discípulo: “Ha llegado la hora de la lección”. Y el maestro sacó una daga y degolló a la pobre vaca.

–¿Qué clase de lección deja a una familia sin nada? –se quejó el discípulo.
–Fin de la lección –fue la única respuesta.

Un año más tarde volvieron al pueblo y donde estaba la casucha destartalada encontraron una casa grande, limpia y bastante lujosa.

Vieron salir al padre de familia, que no sospechaba que el maestro y el discípulo habían sido los responsables de la muerte de su vaca, y les contó cómo el mismo día de su partida algún envidioso había degollado salvajemente al pobre animal…

–… esa vaca era nuestro sustento. Pero cuando vimos a la vaca muerta, supimos que estábamos en verdaderos apuros y que teníamos que reaccionar. Y lo hicimos. Decidimos limpiar el patio que hay detrás de la casa, conseguimos algunas semillas y sembramos patatas y algunas legumbres para alimentarnos. Muy pronto vimos que nuestra granja casera producía más de lo que necesitábamos, y así empezamos a vender. Con las ganancias compramos más semillas, y así hasta hoy mismo que he comprado la casa de enfrente para plantar más patatas y hortalizas y algo de…

Mientras el padre de familia seguía hablando, el discípulo se dio cuenta de que aquella vaca había sido la cadena que mantenía a toda la familia atada a una vida de conformismo y mediocridad.

Haz lo que amas, ama lo que hagas

Toni Aznar

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